Por Rafael Alvarez Olmedo
Se asía muy fuerte a él, que le daba la espalda a aquel extraño. Ella no lo dejaba ir, no porque sintiera gran amor por ese escudo humano en ese momento, ni porque le proporcionara seguridad. Simplemente era eso, una barrera que la protegía de cualquier comunicación con ese extraño que no dejaba de verla a los ojos en la penumbra que una pista de baile y unos flashazos proporcionaban al extraño para su interacción con Lorena.
Después de algunos años, de planes y esperanzas que estaban por concretarse en la boda que las familias de ambos habían planeado afanosamente, el amor y la seguridad de una familia importaban muy poco ante la mirada del extraño. Éste bailaba descuidadamente con una chica que recogió de otra mesa. Después de observar a Lorena durante varias copas, no podía evitar el impulso de acercarse a ella mientras bailaba, aunque bailara con ese tipo tan inferior a ella. Tan correcto, tan taimado...tan pendejo.
Lorena veía en su prometido una alternativa a la vida de familia que llevo durante 19 años y que asumiría como esposa después de la boda. El miedo al cambio, a cualquier posible penuria se esfumaba al saber que un sujeto sin libertad, ni cuestionamientos por la existencia, se esfumaba, pues éste no le podía fallar en su tarea de proveer sustento y compañía cordial en su nuevo hogar.
-Justo cómo mi padre en casa- , llegó a decirse en silencio alguna vez Lorena. Pero hoy, Ernesto no era más su pretendiente. No era el futuro padre de sus hijos, no era el ejecutivo que pondría pan en su mesa cada día. No era nada. Bueno, era sólo un escudo. Un muro que bailaba mecánicamente,- aunque no lo hacía mal-, que la protegía de la naturaleza del tipo desaliñado que no dejaba de verla a los ojos insolentemente. Se dio entonces cuenta de que esa barrera que ponía su enamorado no la protegía de los avances que pudiera planear ese extraño, que parecía esperar a que "el tarado" que venía con ella la dejara sola por un instante. -Si me quedo sola, estaré perdida-, pensaba. Era ella la que giraba a su pareja de forma que siempre le diera la espalda al extraño. De otra forma, la mirada de éste podría perderse de la suya.
La lucha entre deshacerse del escudo, o mantenerlo definiría todo. La ansiedad por la decisión a tomar la hacía temblar un poco. De repente, la pareja de baile del extraño perdió el equilibrio y todos corrieron a auxiliarla. Mucho alcohol, tendrían que sacarla en brazos. Por supuesto, quien siempre estaba dispuesto a ofrecer seguridad y cuidados, sin dudar, la levantó en brazos y la llevó a un sillón del lugar.
Mientras él, Ernesto buen hijo, buen novio, buen ciudadano, hacía alarde de su fuerza y su nobleza para con la chica desmayada, aquel extraño aprovechó para tomar a Lorena de la cintura, y besarla seguro de que por la cantidad de copas que había visto que tomaba en su mesa, no recibiría ni reproches, ni rechazos. Las miradas con las que le correspondía eran lo que lo habían alentado aún más.
Todo duró como dos minutos antes de que su prometido se diera cuenta. Nada más importaba que disfrutar de ese placer tan doloroso. Se dio cuenta entonces de que su prometido no la protegía sólo de la naturaleza tan terrena de ese hombre esa noche, sino de toda naturaleza de lo imprevisto, de los impulsos, del caos de la vida. Tan grande fue su certeza, que cuando abrazaba a su nuevo amante, vio sobre el hombro de éste que los observaba su prometido. El terror de una pelea y una escena de reproches y gritos la invadió. Pasaron los minutos y más caricias debajo de la blusa, y su prometido cambiaba su rostro de rabia a uno de idiota. Descubrió que tenía más en común con su él de lo que había creído. Todo lo previsible en un modelo de familia los había esclavizado por muchos años a ambos, hasta que Lorena cayó bajo el extraño encima de un sillón del antro. Lorena no podía dejar de ver a los ojos a su prometido, como él no podía dejar de verla bajo ese extraño. Ella pudo notar entonces, una erección bajo el pantalón de su futuro esposo.
Se asía muy fuerte a él, que le daba la espalda a aquel extraño. Ella no lo dejaba ir, no porque sintiera gran amor por ese escudo humano en ese momento, ni porque le proporcionara seguridad. Simplemente era eso, una barrera que la protegía de cualquier comunicación con ese extraño que no dejaba de verla a los ojos en la penumbra que una pista de baile y unos flashazos proporcionaban al extraño para su interacción con Lorena.
Después de algunos años, de planes y esperanzas que estaban por concretarse en la boda que las familias de ambos habían planeado afanosamente, el amor y la seguridad de una familia importaban muy poco ante la mirada del extraño. Éste bailaba descuidadamente con una chica que recogió de otra mesa. Después de observar a Lorena durante varias copas, no podía evitar el impulso de acercarse a ella mientras bailaba, aunque bailara con ese tipo tan inferior a ella. Tan correcto, tan taimado...tan pendejo.
Lorena veía en su prometido una alternativa a la vida de familia que llevo durante 19 años y que asumiría como esposa después de la boda. El miedo al cambio, a cualquier posible penuria se esfumaba al saber que un sujeto sin libertad, ni cuestionamientos por la existencia, se esfumaba, pues éste no le podía fallar en su tarea de proveer sustento y compañía cordial en su nuevo hogar.
-Justo cómo mi padre en casa- , llegó a decirse en silencio alguna vez Lorena. Pero hoy, Ernesto no era más su pretendiente. No era el futuro padre de sus hijos, no era el ejecutivo que pondría pan en su mesa cada día. No era nada. Bueno, era sólo un escudo. Un muro que bailaba mecánicamente,- aunque no lo hacía mal-, que la protegía de la naturaleza del tipo desaliñado que no dejaba de verla a los ojos insolentemente. Se dio entonces cuenta de que esa barrera que ponía su enamorado no la protegía de los avances que pudiera planear ese extraño, que parecía esperar a que "el tarado" que venía con ella la dejara sola por un instante. -Si me quedo sola, estaré perdida-, pensaba. Era ella la que giraba a su pareja de forma que siempre le diera la espalda al extraño. De otra forma, la mirada de éste podría perderse de la suya.
La lucha entre deshacerse del escudo, o mantenerlo definiría todo. La ansiedad por la decisión a tomar la hacía temblar un poco. De repente, la pareja de baile del extraño perdió el equilibrio y todos corrieron a auxiliarla. Mucho alcohol, tendrían que sacarla en brazos. Por supuesto, quien siempre estaba dispuesto a ofrecer seguridad y cuidados, sin dudar, la levantó en brazos y la llevó a un sillón del lugar.
Mientras él, Ernesto buen hijo, buen novio, buen ciudadano, hacía alarde de su fuerza y su nobleza para con la chica desmayada, aquel extraño aprovechó para tomar a Lorena de la cintura, y besarla seguro de que por la cantidad de copas que había visto que tomaba en su mesa, no recibiría ni reproches, ni rechazos. Las miradas con las que le correspondía eran lo que lo habían alentado aún más.
Todo duró como dos minutos antes de que su prometido se diera cuenta. Nada más importaba que disfrutar de ese placer tan doloroso. Se dio cuenta entonces de que su prometido no la protegía sólo de la naturaleza tan terrena de ese hombre esa noche, sino de toda naturaleza de lo imprevisto, de los impulsos, del caos de la vida. Tan grande fue su certeza, que cuando abrazaba a su nuevo amante, vio sobre el hombro de éste que los observaba su prometido. El terror de una pelea y una escena de reproches y gritos la invadió. Pasaron los minutos y más caricias debajo de la blusa, y su prometido cambiaba su rostro de rabia a uno de idiota. Descubrió que tenía más en común con su él de lo que había creído. Todo lo previsible en un modelo de familia los había esclavizado por muchos años a ambos, hasta que Lorena cayó bajo el extraño encima de un sillón del antro. Lorena no podía dejar de ver a los ojos a su prometido, como él no podía dejar de verla bajo ese extraño. Ella pudo notar entonces, una erección bajo el pantalón de su futuro esposo.
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